El Plata y Montevideo

No se sabe si es río o si es mar. Nunca se ve la otra orilla, salvo en las noches de fantasmas sueltos. Aquí y allá. O el día del Tsunami (jamás sucedió).
A veces las aguas, de un dulzor “light”, desmienten la sal. Pero al día siguiente amanece tan atlántico como Lisboa, Cape Town o Salvador.
Débilmente fuerte, la marea trabaja bajo mandato lunar. Desorienta el horizonte.
Lo hace fluctuar. Por eso las noches no son buenas para las previsiones.
Una luz en movimiento puede serlo todo: barco, avión, algún jinete del Apocalipsis.
Faros de islas cansadas. Desencalladas.
O el susurro de proyectiles trazadores lentos. Cuasi estáticos.
Ángel postal, el horizonte.

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