Visión


Visión
“Disculpe, puede sonar raro, pero no puedo ver su rostro”.
No. No puedo decírselo así. Va a pensar que estoy loco, se irá y Yeni no me lo perdonará. Capaz hasta me desaloja. Angie conversa, exige mi atención. Mi alerta máxima.

-  Así que Yeni se decidió a alquilarle a usted el apartamento. Está bien, es mejor alguien fijo. Estaba cansada del aplicativo. Ella no se lleva bien con las cosas electrónicas. Además, eso de tener mucha gente diferente llegando y saliendo no es bueno. Los hogares no son solamente paredes, techo y muebles, Fran. Todo lo que rodea a las personas se impregna de ellas, y lo mismo le sucede a quien habita un lugar: lo absorbe, lo incorpora. Por eso el éxito de los hoteles que son idénticos en todo el mundo. La mezcolanza confunde tanto a los lugares como a la gente. Hace daño, salvo que alguien sea un fugitivo, Fran – destella pupilas bajo cejas levantadas.
 Me toma por sorpresa. “Soy fugitivo, pero de la verdad. Y mi objetivo es justamente observar este lugar. Este país. Y mandar información al mío. Nada personal. Es mi trabajo”, pienso.
 - Su nombre es Angelina, ¿verdad? – digo.
- Sí. Lo de “Angie” me lo acuñaron por la canción de los Rolling Stones.
- Sabe que su rostro me resulta conocido, pero no me doy cuenta de dónde. Es que no la veo bien – miento. Levanto las gafas de mi nariz. Los hago ir y venir, como buscando foco.
- ¿Es por la luz? – se corre Angie hacia un costado. Sigo con el problema.
No la conozco para nada. Golpeó mi puerta porque no encontró a Yeni.
“Tú debes ser Fran, vecino e inquilino de Yeni. No contesta el móvil, como siempre. Vengo a pasar Nochebuena con ella, traje regalos y comida”, levantó las bolsas de compras para probar lo dicho. En franca contradicción con los axiomas de mi profesión, la dejé entrar a mi casa. Desde mi propio sofá, me acribilla con miradas, pero yo mal puedo retribuirle, porque me sucede eso. A ver, ¿cómo explicar lo que no consigo entender? Digamos que veo todo normal, salvo el rostro de Angie. Si la miro, en pocos instantes se desdibuja y aparece otra mujer bastante diferente.
“Mi amiga Angie, la chilena”, dice siempre Yeni. Hasta me mostró una selfi de las dos, y es ella. 

- Usted no es cristiano, ¿verdad Fran? – me sorprende. “Así que es por el lado de la magia. Me preguntas esto para entrar en tema. Juguemos”:
-  ¿Por qué pregunta eso, Angie?
- Por algo obvio, estamos entrando en la Nochebuena y usted no tiene árbol ni belén. En toda la sala no veo un solo adorno navideño.
- Este año no tuve tiempo de poner nada. Ya sabe, un hombre solo, recién llegado a la ciudad.
- Entiendo. Mire – abre un paquete, - Hice bocadillos para el mediodía y como no pude encontrarme con Yeni, quedaron. Sírvase, por favor.
- Es temprano todavía – me excuso, aunque el baño de saliva en mi boca me contradiga. Se ven deliciosos. Ya los probaré.
- Están deliciosos – “¿Me lees la mente, Angie?” – Tienen mayonesa casera, yo misma batí los huevos. Nada de imitaciones de supermercado.
Estoy por aceptar cuando le suena el móvil. No atiende, digita:
 - Yeni ya llega – me informa y se escucha la puerta externa. Enseguida, la percusión de los tacones de mi vecina. Abre la puerta de mi apartamento como si fuera de ella. Bueno, es cierto. Es de ella, pero yo lo estoy alquilando. Las amigas se abrazan, gritan de felicidad.
- Fran, ayúdanos con los paquetes, y te vienes a la cena de Navidad – no me deja espacio al libre albedrío. Yeni es así. Actividad pura. “Mujer tractor”, le digo siempre. Pero esta vez me alegra, porque me libera de la rara situación con el rostro de Angie.
Las dejo arriba, y cuando vuelvo a cambiarme, veo los bocadillos sobre la mesa. Estoy sacando dinero de la lata de cerveza cuando escucho a mis espaldas: - Los puedes comer, Fran – Angie y sus dos rostros están de nuevo en mi casa.
- Olvidé el móvil – aclara. Miro la hora, ya todos los comercios están por cerrar. Si voy a celebrar con ellas, debo comprar algo rápido.
- A la vuelta como un bocadillo – le prometo.

Allá corro a la tienda, gasto hasta el último céntimo en regalos para las dos. No me importa. Iba a ser otra triste navidad, y ahora tengo una fiesta. Corro, voy directamente a lo de Yeni. Allí ya se ambientan las sevillanas, el licor. El titilar de luces navideñas. Angie vuelve a ofrecerme el bocadillo.
- Pero ¿y eso? ¡Si hay comida de verdad para un batallón de infantería! –  interviene Yeni. Llega el brindis, la media noche. No baja la alegría.
Cuando voy a la cocina a ayudar con los platos quedo a solas con Angie, que descarta los bocadillos en la basura. Me asusta, el rostro de “la otra” está más nítido que nunca.

- ¿Qué hace? No es bueno tirar comida.
- Estos bocadillos tienen un ejército de salmonelas tan virulentas, que ni el estómago de un buitre las hubiera resistido. Yo estaba encargada de hacértelo llegar. Era tu hora, Fran. Nada personal, es mi trabajo. Pero pasamos la medianoche. Y, ya sabes, la Navidad concede muchos perdones. A veces, ni siquiera yo puedo con ella – terminó de limpiar el plato y se desvaneció. En su lugar, apareció el rostro de Angie, con los ojos rasgados de pinceladas indígenas. 
Recién me doy cuenta, es bella.

fpvillalba@gmail.com

 

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