Mil trescientas dos veces
carreteando
sin persignarme.
Mil trescientos dos aterrizajes
y fue el mil trescientos tres el de la decisión:
desprendí el cinturón.
“Dios es un derecho, no una obligación”, dice Tof.
La mil trescientos tres vuelta a la tierra
desobedecí.
Fue igual.
Tanto, tanto volar
y aún tan lejos.
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