Soledad

- Ya no conozco a nadie aquí. Los años vividos afuera me cortaron las líneas. Por eso no salgo – me quejaba en la tarde. Domingo montevideano, futbolero. Amagó niebla y viento de mañana. Gris invernal.
Pero el mediodía cambió de pierna. Y vino el sol. Se soltaron los veleros por Pocitos.
Las alarmas pararon de sonar. Empezó el estruendo de los repartidores suicidas. Asesinos de oídos, empecinados en dejar sordos a los montevideanos. Disparando decibeles a quemarropa desde los caños recortados de las motos. Polucionantes en sonido, en gas (la moto es el vehículo más contaminante, hay reportes que indican que contaminan 16 VECES MÁS QUE LOS COCHES!). Sin contar el peligro, ya que violan con meticulosidad todas las normas del tránsito. Y cuando no las violan, conducen con una temeridad increíble. Me animo a arriesgar a que, si hubiera una estadística seria, el motociclista montevideano debe tener veinte veces más probabilidades de causar un accidente que cualquier otro ciudadano. ¿Valdrá la pena el despilfarro de vidas y minusvalías auditivas?

Es así: – Ya no conozco a nadie aquí – empecé de vuelta. Aunque la primavera se insinúe.
Aunque sin duda es bella la espalda de mi vecina, que toma mate y sol en el balcón de al lado. Se da vuelta. Me saluda con la mano. Todo aromatizado por humos herbales que manan de los muchachos del piso de abajo. En cámara lenta, dominguera, se deslizan los veleros por la ventana. Me dejo llevar, hasta el estruendo de la próxima moto.

En la noche canta María Bentancur en el bar “El Mingus”. Arte mayor la de nuestra Elis escondida, allá vamos a por una grappa miel.
Buena atención, agradable, el local. Lleno de buen humor y juventud.
Álvaro Genta en la guitarra, solvencia y swing. No es poco.
Repertorio nutrido de eclecticismo. Virtuoso el dúo “Nos dois”.

Lo de María es otro cantar. Está a punto de caramelo. Llena de técnica y virtud. De expresión.
Transmite. Por momentos electrocuta.
¡Emocionás Mary! Y encima estás re- buena.

En la barra hay cuatro personas. Las empiezo a mirar despacio:
En la punta, mi amigo Syann. Místico, músico experimental. Un espíritu en la busca.
- ¡Qué casualidad encontrarte! Estoy aquí festejando un cumpleaños – me abraza. Viene de Holanda y Alemania. Aquellos lados.
Seguimos disfrutando a María. Adelante, la cabeza me resulta conocida: es Daniel Petruchelli, el guitarrista. Está con su mujer. Conversamos de nuestras vidas en Europa. Daniel me convida con la grappa. ¡Gracias maestro!
Con la otra persona de la barra, también charlamos. Tarareamos.

Comentarios

Entradas populares de este blog