UN RAP PARA MAÑANA




Cuatro décadas de paréntesis. Dos vueltas completas a los veinte años que no son nada, según Carlos  Gardel. Y aquí estamos, los mismos escolares de siempre. Perpetuados en la foto en blanco y negro que tuvo que tomarse en dos partes por lo amplio del salón de clase. Por lo copioso del alumnado. Decían que estábamos hacinados. Nunca nos sentimos así.


Llegábamos allí todos los días, de túnica blanca y moña azul.
Santo y seña de las escuelas públicas del Uruguay. De las premisas de José Pedro Varela, que puede resumirse en la frase que estampó en su obra “La educación del Pueblo”:

Los que una vez se han encontrado juntos en los bancos de una escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando de un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las que resultan de las aptitudes y las virtudes de cada uno; y así, la escuela gratuita es el más poderoso instrumento para la práctica de la igualdad democrática”.


Y no quedó en las palabras. El sistema se armó y era así, nomás. Lo de la igualdad en el salón de clase, en la escuela toda. Era así.
En nuestro grupo había de todo. Hijos de empleadas domésticas, de artistas, de obreros, de altos funcionarios y empresarios. Pero de eso, si te enterabas, era por accidente. Por ir a estudiar, a jugar o a hacer un trabajo a la casa de tal o cual. 
Y en absoluto constituía una barrera o diferencia. Tan lustroso, tan impecable el resultado de la política “vareliana” que le ha valido al Uruguay los primeros puestos  en cuanto a educación y alfabetización de América.

Nuestra grupo de clase,  nuestra aula es una mustra representativa de este privilegio democrático.
Allí formamos, cuatro niños de poco más de diez años, una banda de música que llamamos “The rain drops”. 


Sacábamos como podíamos canciones de Creedence, alguna cosa de Santana, algo argentino y hasta entramos en composiciones propias. Sellamos con broche de oro nuestro pasaje por la escuela con una actuación en el salón de actos poblado por maestras y padres asombrados. ¡Lo que los chicos decían era verdad! Tocábamos fuerte, eléctricos. Con ritmo.
 Y cantamos allí, donde juntos habíamos visto una tarde de lluvia, la primera caminata de un ser humano sobre otro astro del universo. Algo inverosímil para algunos. Totalmente dentro de lo posible para mentes infantiles sin barreras como las nuestras.
 No en vano nuestra primer composición se llamaba “Viaje hacia la luna”.

Llegó la separación. Enseguida, los años negros. La oscuridad absoluta que significó para todos el período violento lleno de intolerancias pre dictatorial, y su consecuencia y castigo: la dictadura. Quizá por suerte, debido a nuestra edad temprana, presenciamos todo esto como espectadores espantados.

El grupo se disgregó, como el país todo. Algunos mantuvieron contacto con unos pocos.
Cada cual se fue a lo suyo.
Hasta que la internet permitió localizar personas como nunca antes.
Alicia Retnikas, desde Israel y Fernando Peláez, desde Montevideo, fueron los ejes que pusieron el reencuentro a funcionar. Y comenzaron las reuniones. Los muy uruguayos asados o “picaditos”.
Algunos viajamos especialmente para las ocasiones. 

“Hay algo de especial en este grupo. Algo diferente”, pensaba yo. Y me di cuenta: es la forma sin cuestionamientos con la que se acepta al prójimo. No tiene la menor relevancia quién vino a la reunión en un coche de lujo o quién se tomó el ómnibus o tuvo que caminar para llegar. Mucho menos la pertenencia a grupos religiosos, políticos o de lo que sea. Se convive, se intercambian ideas y opiniones en medio de premisas de simpatía y tolerancia, sabiendo que hay otra cosa subyacente absolutamente irrompible que nos une. Y así será siempre.
Es gratificante ver que, de un barrio de clase media baja, surgieron artistas, profesionales, empresarios, gente del fútbol y hasta gurús empresariales y de los otros.
Todo producto de una educación sin nombres en inglés ni acuerdos con tal o cual universidad o colegio del extranjero.

Lo importane, aquí estamos ensayando. 


Y mañana sábado, se produce otro alunizaje: los “Drops” volveremos a tocar rock y pop. En medio de los compañeros e invitados. En la casa que generosamente nos abre el hoy Dr Fernando Peláez, quien con sus logros como intelectual y docente, su bonhomía, su esfuerzo y sensibilidad, demuestra una vez más la justicia del sistema que le otorgó el pabellón, la Bandera Nacional allá, en aquel fin de año en blanco y negro de nuestra Escuala 171.

¡Salud, Fernando!

Aquí va el texto del rap que introduciremos en el tema “Dedos”,:

Nacimos en el agua, el Uruguay inundado
En Cuba los barbudos acababan de ganar
El mundo lo mostraba, se llega a todos lados
Juntos vimos la primera caminata lunar.


Mal, después el Uruguay se dio vuelta
Pasamos a ser cédulas de indentidad,
Los jóvenes sufrimos mucho más de la cuenta
Algunos nos volamos, otros siguieron acá


Chau, adiós , nos dijimos un día
Pensábamos que nunca más nos íbamos a ver
Retnikas y Pelaez con la tecnología
Pusieron el  reloj a funcionar al revés


Será una ocasión de las raras. Hay gente confirmada desde Argentina, Brasil, Estados Unidos e Israel.

Todo esto me recuerda a un personaje que suspira en una obra de teatro de la que soy coautor:
“¡Ay, el Uuguay! A veces te dan ganas de putearlo.
Y otras veces te dan ganas de abrazarlo. Y no soltarlo nunca. Nunca más”.

Esta es una de esas otras veces

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