Evita Perón a sangre y fuego

Como autor de la música, me ha tocado ver "Yo elegí ser Evita" en reiteradas ocasiones. Debía prestar atención a detalles técnicos: potencia sonora, tímbrica. Métrica y coordinación instrumental. 
Ni una sola vez lo conseguí.
La obra hipnotiza desde la primera escena. Conmueve.
La sensibilidad del texto de Marta Avellaneda es tan sutil como la intensidad de la interpretación de Mónica Salvador.
Aquí está Evita a sangre y fuego. Encarnada, potente. Actual.  Llena de una humanidad que, lejos de separarla del mito, lo crea y lo enaltece a cada momento. Aún en la fragilidad. En especial en la fragilidad.
Gracias Marta, por eneseñarnos que la bandera del talento y la sinceridad artística no se debe arriar frente ningún tipo de modismo o necesidad. Gracias Mónica por demostrar que hay virtud de sobra por estos lados, más allá de madonas, tevebobadas y otras boludeces. 

Comentarios

  1. ana10 de septiembre de 2011, 8:40

    Dos comentarios en uno:
    - No sé cómo, pero tenés que convencer a Martita de que presente la obra en Punta del Este este verano !
    - TE LO DEBO es genial, el concepto de segundo beso es fuerte ... Este bolero y Batman más abajo...VERSÁTIL, es una valencia muy imteresante para un músico.

    Aplausos !!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Desde que te ví parada ahí Me creíste un pichón. Quizás lo soy, no sé. Pero desde que te vi parada ahí, frente a mí, lo supe: “Un águila fingiéndose gorrión”, pensé. Aeropuerto de Panamá, vuelo hacia Quito. Atrasado. Escaseaban asientos donde esperar y yo, distraído, ocupaba dos. El mío y el del maletín del computador. Te paraste cerca, con la valijita rodante al lado. Sobre tu trajecito verde, el arbusto de pelos negros te escondía la cabeza. La cara. Me estudiabas. También al entorno. Todo un lanzamisiles en busca del blanco, tus ojos volaban de un objetivo a otro: la gente sentada, los parados, los que entraban del corredor, las ventanas, yo, el monitor de la puerta treinta y dos, el asiento de al lado. Saqué el maletín. Sin agradecer, te sentaste. Las alas de tu chaqueta se levantaron. Mostraron el pantalón pegado a la convexidad radical de tus nalgas. Te acomodaste encima de ellas. Diste vuelta el cuerpo hacia el corredor: nada de contacto conmigo. Ni con nadie más.
Leer más