Lanza Cuchillos

Oscuro. Más que la noche. Lo vi venir por eso, algo que opacaba lo ya negro. Un contorno humanoide, un aura con signo de menos bebiéndole luz a la sombra. Me asusté.

Ya estaba parado fuera del coche cuando apareció. De la nada:

- Una ayudita y le cuido la máquina, si no acá se la rayan – el tono está lejos de la mendicidad. Amenaza.

No me mira a los ojos. Ni siquiera al rostro. Tiene la vista fija en mis bolsillos. Mis jeans.

“Me va a robar los pantalones”, pienso, “o la billetera, si la saco”. En medio del escalofrío, arriesgo: - Ahora no tengo. Voy al almacén, cuando vuelva te doy.

- ¿O sea que anda con plata grande…? - sigue con los ojos en el mismo lugar.

“Debo tener el cierre abierto”, pienso. Miro. No es así. Todo en orden.

Intento caminar. Esquivarlo. Me lo impide. Se me para adelante con una mano en el bolsillo: – ¡Plata grande! ¡Eso es lo que me recetó el doctor! – ya es prácticamente un asalto.

- No es que tenga. Voy a lo de una amiga acá cerca. Le pido plata y te traigo.

- Sí, claro. Y yo soy tan idiota de quedarme acá mientras llama los poli.

- ¿Por qué los debería llamar? – finjo desentender.

Se inquieta: mira hacia los lados. Traga saliva.

- ¡Puedo chupar caramelo por cien pesos! – me escupe la frase. Todo un lanza cuchillos. Afina la puntería: ahora fija la mirada directamente en mi bragueta.

- Hola Julio – es Beatriz que lo saluda. Viene con la perra, una ovejera con fauces de oso.

- ¿Cómo está, vecina? – se sorprende el cuasi secuestrador, cuasi cuida coche, cuasi prostituta.

- Paseando la perra, como siempre. Y esperando a mi amigo – me señala. Malú mueve la cola. Para mi sorpresa, Bea palmea las espaldas de Julio:

- Ya te traigo algo. Sigo con mi amigo – me saluda con un beso – y en un rato vuelvo.

Damos la vuelta de siempre. Evitamos ciertas calles, ciertas zonas más oscuras. Las pasamos de reojo.

- Es Julio, viciado en Paco – me explica mi amiga – si vas conmigo, no pasa nada…

- ¿No es peligroso? Menos mal que apareciste. De entrada pidió, pero enseguida me impidió el paso…estuvo difícil. Le sirve todo. Ya escuchaste.

Bea asiente con la cabeza. Subimos a su apartamento. Conversa y va preparando leche con chocolate. Corta la pasta frola que hizo para recibirme. La empaqueta. Pone la leche en un envase de coca cola. Salimos.

Baja las escaleras hablando:

- Julio hace eso, o sea, cualquier cosa cuando está sin dinero para la dosis. Si no tiene pasta base, mucho menos tendrá comida. A veces me toca el timbre para pedir. O yo lo veo, lo sé y le doy.

Ya en la esquina, Bea se adelanta. Yo la espero. Malú no. Va pegada a la dueña: – Te traje esto – la escucho en la oscuridad. Crujen. El plástico, el papel.

- Gracias, vecina.

Pasan tres días. De vuelta paseamos la perra. Bea me discute. Todo, pero prefiere filosofía y fútbol. La política era antes. El animal se aleja. La ciudad está mugrienta. Apesta.

- Antes los vecinos juntaban basura en las esquinas, ¿te acordás?

- Ahora es todo un basural al viento.

- No comas eso, Malú – la perra vuelve agachando orejas. Mira el rostro de Bea. Imposta sumisión.

No mueve las mandíbulas. Las lleva entreabiertas. Disimula bajando la cabeza.

- ¡Suelta lo que traes ahí! – le ordena mi amiga tironeándole las fauces – ya te dije que no comas basura. ¡Eso es cosa de moscas! ¡De gusanos!

La pila oscura de residuos se sacude. Julio emerge. Mastica lo que encuentra.

Nos mira. Ahora sí, a los ojos.

Nos vamos.


- Es la fase cuatro – nos explica el comisario. Formo parte de la comitiva de amigos, vecinos. Y algún familiar de Beatriz.

Está también la prensa en el juzgado.

- Pero ella siempre le daba de comer, ¿cómo pudo hacerle esto? – alcanzo a preguntar. La garganta me impide seguir. Una mano invisible parece apretarla desde que supe la noticia. Me ofrecen un chicle. Acepto.

- Como les decía, estos viciosos son amistosos en fase uno, dos y tres. Pero en el corto lapso que dura fase cuatro, pueden hasta sentir placer en herir. En hacer sufrir. En matar. A la vista está que preparó los cuchillos. Los afiló. Practicó tirando contra los árboles…

- ¿Por qué no la acuchilló directamente? ¿Para qué desde lejos? – cuestiona un periodista.

- La perra está entrenada...no le hubiera permitido acercarse, encimarla con el arma.

Pienso que yo debería dejar las cosas claras. Pararme frente a la cámara y decir que no la mató Julio. Que fue la basura que el sistema se obstina en plantar. En diseminar. Y luego mira para otro lado.

Pido la palabra. Me la dan y no consigo armar la frase:

- ¿Puedo quedarme con la perra? – atino a preguntar. Siento un gusto raro en la boca.

Es el chicle. La muchacha que me lo dio me mira. Sonríe.

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