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Desde que te ví parada ahí Me creíste un pichón. Quizás lo soy, no sé. Pero desde que te vi parada ahí, frente a mí, lo supe: “Un águila fingiéndose gorrión”, pensé. Aeropuerto de Panamá, vuelo hacia Quito. Atrasado. Escaseaban asientos donde esperar y yo, distraído, ocupaba dos. El mío y el del maletín del computador. Te paraste cerca, con la valijita rodante al lado. Sobre tu trajecito verde, el arbusto de pelos negros te escondía la cabeza. La cara. Me estudiabas. También al entorno. Todo un lanzamisiles en busca del blanco, tus ojos volaban de un objetivo a otro: la gente sentada, los parados, los que entraban del corredor, las ventanas, yo, el monitor de la puerta treinta y dos, el asiento de al lado. Saqué el maletín. Sin agradecer, te sentaste. Las alas de tu chaqueta se levantaron. Mostraron el pantalón pegado a la convexidad radical de tus nalgas. Te acomodaste encima de ellas. Diste vuelta el cuerpo hacia el corredor: nada de contacto conmigo. Ni con nadie más. ...
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