Memento
Enorme, caza hombres. De los
blancos. El tiburón se hizo una sombra más del velero. Nos seguía, quizás a la
espera del cansancio de la presa. Insonoro, era un pinchazo a nuestra alegría
por ir ganando la regata.
Devoraba la cloaca, basura y
cualquier descuido capaz de caer al mar.
- Es nuestro “Memento mori”-
bromeábamos.
La ola gigante nos arrasó. Barrió
casi toda la tripulación de la cubierta.
Sólo el capitán y yo
sobrevivimos. Semanas y el rescate no venía.
Racionamos los víveres con el
rigor del avaro. Se acabaron.
- “Robinson y Viernes a la
deriva”, decíamos con el escualo mordisqueando la punta del mástil partido.
Cebado, antropófago consumado, se puso más amenazante.
Lo pescamos. Lo saboreamos
fileteado. Todavía tenía un poco del vino de los primeros días. Y del perfume
francés de Jean, tripulante perdido.
Lástima, también sabía al
desodorante ambiental del retrete.
Lo último que nos comimos fue la
aleta dorsal. Potente, afrodisíaca.
Suerte, justo enseguida llegó el
rescate.
por suerte, o por desgracia?
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