Del Pañuelo del Mago

Lo que parecía una madrugada más resultó ser el día en que el mundo se detuvo por un instante. Enseguida volvió a girar, pero en el sentido opuesto.
Algunos acostumbrábamos ir temprano a recoger los diarios, para no tener que hacer cola más tarde. Encendíamos un fueguito por la plaza para entrar en calor. Nos contábamos historias. Pasaban grupos de las parrandas nocturnas. Nos regalaban bebidas. Recuerdo un cantor de apellido Medina que improvisaba para nosotros.
En fin, esa vez seríamos una docena de canillitas (así se llamaba a los vendedores de periódicos) que esperábamos alrededor del fuego. La noche iba cediendo lentamente terreno a la claridad. Bromeábamos entre nosotros cuando los vimos venir. Trajeados con el rigor lustroso de los artistas, uno traía una guitarra en la mano. Al otro no lo podía ver. Le sentía los pasos, sabía que había alguien allí, pero si miraba me encandilaba.
—Pibes, ¿quieren escuchar unas canciones?
—Dele nomás, jefe —respondió el Pelado.
El flaco de la guitarra esbozó una introducción. El cantor empezó a entonar algo con lo que yo había soñado. Solo entonces le pude ver la estampa. Algo regordete, peinado a la gomina, compadrito. La luz que me cegaba se había trasladado. Le destellaba delante de la boca. Se me antojaba el lanzafuego que había visto desfilar con un circo. Pero la llama del cantor era diferente, más azulada. «Un ser de otro mundo», pensé.
Agradecían nuestros aplausos como si proviniesen del palco oficial del Teatro Solís. Cuando el sol despuntó sobre el río se dispusieron a irse. Un colega les preguntó los nombres.
—¿Y ustedes, cómo se llaman? —replicó el cantor.
Cuando llegó mi turno balbuceé:
—Victorino, pero me dicen el Morocho.
—Qué casualidad, igual que a mí. Soy Carlos Gardel —me dijo, y sacó el pañuelo blanco que le adornaba el bolsillo superior del saco.
Lo desplegó con un movimiento de prestidigitador. Me lo dio. Yo pasaba los inviernos con la nariz siempre congestionada. Me limpié y se lo ofrecí de vuelta.
—Quedátelo, pibe.
Hasta el día de hoy anidó en mi bolsillo.
—Se retiran el Morocho y el Oriental —dijo el guitarrista.



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