Desde que te ví parada ahí Me creíste un pichón. Quizás lo soy, no sé. Pero desde que te vi parada ahí, frente a mí, lo supe: “Un águila fingiéndose gorrión”, pensé. Aeropuerto de Panamá, vuelo hacia Quito. Atrasado. Escaseaban asientos donde esperar y yo, distraído, ocupaba dos. El mío y el del maletín del computador. Te paraste cerca, con la valijita rodante al lado. Sobre tu trajecito verde, el arbusto de pelos negros te escondía la cabeza. La cara. Me estudiabas. También al entorno. Todo un lanzamisiles en busca del blanco, tus ojos volaban de un objetivo a otro: la gente sentada, los parados, los que entraban del corredor, las ventanas, yo, el monitor de la puerta treinta y dos, el asiento de al lado. Saqué el maletín. Sin agradecer, te sentaste. Las alas de tu chaqueta se levantaron. Mostraron el pantalón pegado a la convexidad radical de tus nalgas. Te acomodaste encima de ellas. Diste vuelta el cuerpo hacia el corredor: nada de contacto conmigo. Ni con nadie más.
Exacto, cada capítulo te lleva a un plano diferente sin perder la continuidad del relato.
ResponderEliminarPienso que ése es el estilo que define tu forma de escribir y por éso es "diferente" la forma en la que escribes.
Espero que la publicación al otro lado del charco sea pronta.
Saludos,
Me vuelven a plantear el dilema: ¿por qué tienen los hombres que demostrarse, ante el mundo, como ganadores o decantar como perdedores? Ya se nota desde el principio que el espíritu y el ánimo del "negrito" es diferente al de su entorno.
ResponderEliminarVictorino se maneja bajo otros parámetros, por nacimiento, o por elección... con los años, esas diferencias se vuelven cada vez más notorias. ¡Pero nadie vence sobre la marcha de la vida misma, a menos que lleve en su esencia intrínseca, ese don de superación! Creo, humildemente, que los 'verdaderos ganadores' ya nacen así: pero si bien pueden destacarse sobre la mediocridad, existen varias formas de saberse -sentirse- 'vencedores'. Quien 'gana', deja atrás a un 'perdedor'. Pero aquellos que 'vencen', lo hacen por sí mismos y por los demás. En un orden superior de prioridades. ¡Y todo vencedor, es así mismo un librador de mil contiendas!
Cuenta una parábola que, -bajo las apariencias superficiales-, sólo uno mismo, puede reconocer su propia valía. Pues todos medimos a los demás, en el mejor de los casos, con nuestra misma medida.
¡Si es generosa, tanto mejor!